El paso del tiempo se detiene. El aire se vuelve espeso. Nadie puede creerlo. El sol y las estrellas entorpecen su marcha impetuosa para observar lo que sucede. Nadie se lo esperaba. Pero está pasando. Justo en el momento necesario. Cuando las esperanzas estaban perdidas, cuando todos daban la batalla por perdida. Finalmente ha sucedido. Alguien se ha atrevido hacerle frente.

Después de 39 días de insultos, miedo y desgracia, finalmente alguien a tenido el valor suficiente para tomar su espada y luchar contra él. Durante39 días el ejercito -aquel que había ganado grandes batallas- se encuentra ahora escondido en un rincón, comentando entre ellos el tamaño de la gran bestia que les acecha. ¿Han visto su espada? Se preguntan los unos a los otros. ¿Han visto su lanza? Murmuran al fondo ¿Cuál lanza? ¿Han visto su estatura? Solo su tamaño atemoriza. Podría atravesar a mil hombres de nuestro ejército si se decidiera a lanzarla.

Héroes de batalla. Leyendas de guerra. Le temen. Con cada partícula de su cuerpo. Todos y cada uno de ellos. Tanto que no pueden pensar en nada más. El Rey ofrece como esposa a su hija a quien se atreva a pelear contra la bestia. Se puede leer en los titulares del momento: “El Rey regala a su hija”. Medio reino iba en la oferta. Pero tienen tanto miedo que no se atreven siquiera a pelear. Nadie lo hace. Tienen tanto pavor a caer de nuevo que esperan que alguien más lo haga.

Mientras tanto la bestia se pasea de un lado a otro del pequeño pueblo“¿Habrá uno? ¿Uno solo de ustedes que se atreva a pelear contra mi?” sin escuchar respuesta de parte de sus enemigos. Nadie quiere hacerlo. No hay amor por su pueblo, por su gente o por su propia familia. El pueblo se pasa la pelota. Los veteranos le dicen a los jóvenes “Vayan, ustedes son ágiles y fuertes” y estos responden “Lo somos, pero nos falta la experiencia que ustedes tienen”

Y aquí es donde viene la pregunta del millón ¿Había usado la bestia su espada? ¿Había atravesado acaso a uno solo de ellos con su lanza? No. La única arma que había utilizado la bestia es la misma que nuestro enemigo interno emplea cada día con nosotros: el poder de convencimiento. Esa voz que te habla cuando estas solos. En tus momentos de tristeza y de tensión. “Mírate. Nadie te quiere. No puedes lograrlo. No tienes lugar. Solo vives para sufrir”. Quitémonos la máscara. ¿Alguna vez te ha sentido así?.

Ese rincón al que tu enemigo te ha enviado diciendo: “Ni le hagas. No vas a poder conmigo. De cierto haré pedazos tu carne y le daré de comer a las aves del cielo”. Me refiero a esos momentos. Cuando no tienes que fingir a nadie quien eres. Cuando no tienes que demostrarle a nadie que eres fuerte, porque en el fondo estas desecho. Esos momentos en que tirado detrás de la puerta y dices “Dios mío si no haces un milagro ahora, yo aquí mismo tiro la espada, no puedo seguir peleando

Me refiero a esos momentos en que dudas de tu posición en el ejercito. Esos días en que no sabes de dónde vienes ni hacia dónde vas. Cuando dudas de si esto realmente es para ti. Cuando dices “La verdad que esto de luchar por lo que nos pertenece no es para mí”. “Volveré al rincón donde el tiempo pasa”. Mientras tanto la bestia sigue hablando al pueblo “¿Habrá uno que se atreva a pelear contra mí?

Día 38. La bestia sale y el pueblo se esconde en el rincón. Día 39. Los guerreros corren solo con oler su presencia. Sin embargo, en en el día 40, la historia cambia. Se oye el grito de guerra. Un muchacho dice “Yo no te tengo miedo. Esta tierra no te pertenece. Mi familia no te pertenece. Mis sueños no te pertenecen”. En el día 40. En un pequeño pueblo lleno de dudas y temores, entre los hombres que pensaban que no podían contra ellos mismos, se empieza a levantar un rumor que dice: “¿Quién es este pobre incircunciso, que se atreve a provocar a los escuadrones de mi pueblo?”

Es ahí cuando sucede lo inesperado. En el día 40 un niño surge en medio del campo de batalla. Cuando la bestia aparece, el muchacho marca la diferencia. No se esconde. No se oculta. No teme. Corre. Corre con todas sus fuerzas hacia él. En dirección a la línea de batalla. La bestia no lo puede creer. Después de tanto tiempo de no ver a nadie, un pequeño guerrero lo desestabiliza. Le quita su estrategia. La bestia no le corta su cabeza. Utiliza la misma carta que uso con los demás. “Acaso soy un perro…” Trata de convencerlo. Pero no puede.  El joven no se intimida. No ve el tamaño de la bestia que tiene al frente. Pues ve el tamaño del verdadero del gigante que está detrás de él. Y es justo ahí donde aparece el héroe de la película. “No me digas lo que ya sé” grita con todas sus fuerzas el muchacho “No me digas que soy muy pequeño o débil. Porque ya lo sé”. La seguridad se nota en cada una de sus palabras. “Yo no vengo contra ti en mis fuerzas, yo vengo contra ti en el nombre de aquel que pone en mi interior el fuego para luchar.
La que tiembla ahora es la bestia. Nadie imagino que victoria llegaría de esa manera. Pero a todo gigante le llega su día 40. Tú también puedes lograrlo. Esta en tus manos. ¿Cómo dices que no es para ti, sino has hecho el intento? Atrévete. Y te sorprenderás de lo puedes lograr. El contraataque se levanta en nuestra tierra. Una generación que no ve a la bestia. Un pueblo que sabe quién está detrás de ellos. La trompeta de guerra suena a lo lejos. Ha llegado el tiempo de corre por el campo y derrotar a nuestros enemigos. La bestia cae, y con ella, el pueblo se levanta. Los niños vuelven a reír, la madres a danzar y los jóvenes a soñar…
En el nombre de aquel que me dio la vida, porque aunque no sé lo que haya sido puesto en mis manos, hoy voy a utilizarlo, y tú serás el primero en saberlo.”

Y ahí es donde cambia la historia.